sábado, 18 de abril de 2009

El desayuno ideal

En mi casa de Lima, teníamos un árbol de papaya que caía sobre el patio del dormitorio de mis papás. Obviamente era del vecino, y la verdad, nos brindaba una sombra tropicaloide verdosa que fue interesante en mi infancia. Un día, sucedió lo inesperado. La papaya, con frutos y todo, sucumbió a su propio peso y reventó una explosión de sabor en el patio de nuestra casa. Pensamos que era un temblor, pero las papayas regadas decían otra cosa.

Después de mucho tiempo, de la nada, salió una papaya en otro patio que tenemos. Se elevaba muy delgada y de pronto empezó a dar sus frutos. The papaya returns. La historia de mi infancia se puede traducir en el consumo masivo de la papaya.

Que mejor que un buen jugo surtido, con su pan con mantequilla en la mañana para empezar bien el día. Me acuerdo mucho que era mi papá el que hacía el jugo todas las mañanas. Jugo de papaya, con un poco de platano y su toque de naranja (¿o tal vez era limón?), para darle ese sabor característico casero. No hay duda que el jugo era potente. Duraba toda la mañana. Lo he tomado hasta cuando he ido de visita. El desayuno no es el mismo sin el jugo bendito.

Es más, alguna vez me acuerdo que me lo mandaron en la lonchera y, obviamente, como siempre le suele suceder a una de pequeña, se terminaba chorreando, impregnando todo de color papaya y ese olor... este.... característico.

Me da nostalgia, porque acá, en las europas la papaya que llega es esa pequeñísima, del tamaño de la palma de la mano. Me acuerdo mucho que en el mercado de La Boquería de Barcelona, la venden como snack. Para mi la papaya, es el desayuno ideal. Pero esa papaya peruana (mi única referencia), esa grande, que hay que comprarla programando bien su uso semanal para que no se malogre, esa es la verdadera papaya.



En todo va bien, en jugo, en ensalada de frutas (con jarabe de goma, por supuesto); o salpicadita con azúcar. Como para un pre-lonchecito.

Una pena que la fruta acá sea tan pequeña, tan insabora, poco colora y demasiado durable. Lo cual me hace cuestionar cuantos químicos les echaran a las pobres para que te duren mas de una semana. Acá hay que adaptarse. Me niego rotundamente a empezar a comer cereal. Así que me aferro al yogurt de frutas y a mi diaria vitamina C, que con todo combina.

Pero mi jugo surtido, de sábado por la mañana, de compra semanal. Con sabor a nostalgia y a mercado distrital; con sus sonidos y colores. Ese es el jugo de campeones. Quién diría que iría a extrañar una simple fruta tanto, pero es que mi peruanidad es implacable. Hasta a la hora de desayunar, y mejor si va acompañado de un tamal.

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